junio 16, 2008

El monacato celta

Muchos de ustedes se preguntarán el porqué abordo un tema que pueda parecer tan ajeno al tema del Monacato Oriental; sin embargo no me parecería completo hablar de monacato oriental sin mencionar, al menos, al primitivo monacato celta, el cual fue, quizás, el más “oriental” (por su origen y antigüedad) de los movimientos monásticos occidentales.
También este artículo pretende ser un pequeño homenaje a mis hermanos monjes del Monasterio San Hilarión de Austin, Texas, quienes llevan en su sangre, e incluso en alguno de sus nombres monásticos, como por ejemplo el Padre Aidan (Keller), el recuerdo del pasado glorioso del Monacato Celta.

Para comenzar debemos mencionar que el Monasterio celta, de modo similar a los orientales, estaba compuesto por un grupo de cabañas ubicadas dentro de un terreno grande, a su vez cada cabaña estaba dotada, al igual que cualquier kaliva bizantina actual, de un lecho, un taburete, y una cruz de madera.

El hábito del monje celta consistía en un largo manto con capucha, calzando sandalias y bastón, así como también era frecuente que usaran guantes, debido a las bajas temperaturas de la región y a los rudos trabajos manuales realizados en el campo; pero lo que en realidad diferenciaba a los monjes celtas del resto de los monjes de Europa Occidental era su extraña tonsura, la cual consistía en rasurar la parte frontal de la cabeza de oreja a oreja.
Esta curiosa forma de tonsura era defendida por los antiguos monjes celtas como parte de una tradición que les fue legada por el propio San Juan, sin embargo, entre los monjes del Mundo Latino esta costumbre era profundamente despreciada, haciendo descender a esta práctica que los primeros endilgaban a San Juan, al mismísimo “Simón el Mago”.
Si bien nadie sabe con precisión el origen de esta forma de tonsura, (puesto que había algunos estudiosos que la señalaban como la forma de tonsura ritual de los antiguos sacerdotes druídas de la región) hoy la mayoría está de acuerdo en que tan solo se trataba de la forma primitiva que adquirió la tonsura entre los bretones.

El Monacato celta también se caracterizó, por sobre todas las cosas, por su ascesis heroica, a lo que se dio en llamar “Martirio Blanco”. El estilo de vida de los monjes celtas, hunde sus raíces y se inspira en el monacato egipcio, conocido por su gran rigorismo, y sin gran arraigo en Occidente, a no ser en las tierras de Bretaña o Irlanda hasta bien entrado el siglo VIII, cuando ya la Regla de San Benito se había impuesto de modo contundente sobre la mayoría de los movimientos monásticos de Europa Occidental.
Conocidos Abades Obispos fueron los responsables de traer la influencia del Monacato egipcio a tan lejanas tierras, como ser David, Gildas, y Cadoc; quienes también lo combinaron con algunos elementos del Monacato Provenzal.

Entre las similitudes que podemos encontrar con el monacato bizantino, es que los monjes celtas, al igual que estos últimos, practicaban la abstinencia perpetua de carnes (rojas), así como también se abstenían de las bebidas fermentadas. Los ayunos eran muy frecuentes y las horas de sueño escasas, porque al igual que en el Monacato Bizantino, el Oficio Divino ocupaba gran parte de la noche. La oración monástica celta, se caracterizaba por una gran cantidad de reverencias y postraciones, lo que también recuerda a los oficios orientales.

Incluso hay quienes consideran que no sería extraño que haya estado algún tiempo en Lérins, lo que explicaría la influencia de San Juan Casiano en el monacato de Irlanda. San Niniano funda en el año 500, el Monasterio de Candida Casa (Whithorn, en Galloway) el cual será en principio dependiente de la tradición de San Martín de Tours; San Germán de Auxerre habría fundado monasterios en la isla durante el siglo V; San Columbano se establece en la isla Iona hacia el año 563, desde donde evangelizará hasta las Orcadas y desde dónde también saldrá San Aidan en el año 655 a fundar el famoso Monasterio de Lindisfarne, base para la futura evangelización de los pueblos germánicos.

A partir del Siglo VII los Monasterios Celtas estarán agrupados a modo de federaciones llamadas “Parochiae” bajo la autoridad de un Abad del Monasterio mas importante, foco del que salieron los otros. Las Sedes Episcopales, prácticamente en su mayoría están vinculadas a dichas “Parochiae”, aunque cabe mencionar que el Abad raramente era un epíscopo, pero ¿entonces la Iglesia Celta era presbiteral? No, de ninguna manera; era común entre los Monasterios Celtas, que se escogiera algún monje para recibir el Oficio Episcopal, el cual se encargaba de mantener la vida sacramental de la Iglesia, consagrando nuevos sacerdotes u Obispos, y haciendo todo lo que a un obispo le compete realizar desde un aspecto netamente sacramental. El monje Obispo no tenía funciones de gobierno eclesiástico.

Después del Abad, le seguía en jerarquía el Prior, el cual se encargaba de la Administración, este puesto algunas veces estaba en manos de un laico perteneciente a la aristocracia local.

Nueva modalidad del Sacramento de la Penitencia-Reconciliación: La Confesión Auricular
-Legado del Monacato Celta- Con el correr de los primeros siglos de la Era Cristiana se produjo por distintos motivos la desaparición paulatina de los usos penitenciales públicos, algunos de esos factores fueron, por ejemplo, la ineficacia de la antigua penitencia pública por la nueva configuración de la cristiandad, y sobre todo por el desarrollo de una conciencia penitencial diferente fomentada desde el interior de muchos monasterios.

La confesión auricular privada, sin embargo, aparecería con bastante fuerza en las Iglesias Célticas puesto, que según muchos estudiosos, la confesión pública nunca consiguió arraigarse en la región y por lo tanto nunca constituyó una tradición litúrgico-sacramental entre dichos pueblos.
La forma que adquirió este sacramento entre los celtas es la que se ha conocido como la “penitencia tarifada”, esta forma de penitencia no fue aceptada de manera absoluta en el mundo cristiano, prueba de ello es que en el III Concilio de Toledo (589) se la condena como “una execrable y presuntuosa manera de proceder”, sin embargo en el año 650 el Concilio de Charlons-sur-Marne lo considera útil y fomenta su implantación durante los siglos VII y VIII, convirtiéndose desde aproximadamente aquella época, en la forma habitual de celebrar el Sacramento de la Penitencia.
Las características novedosas de esta nueva forma de celebración del Sacramento es que es 1- Privada, 2- Puede ser celebrada numerosas veces en la vida de un fiel, y 3- Es que deja lugar a la dirección espiritual de manera más eficaz, que en su antigua forma pública.

El rito de la confesión ahora tiene lugar de modo habitual dentro del templo, y sólo intervienen el penitente y el ministro sagrado, que ahora suele ser el sacerdote, aunque este punto era algo ambiguo en sus primeros tiempos. Una vez realizada la confesión, el presbítero y el penitente se postran ante el Altar y rezan juntos algunos salmos penitenciales; luego de esto sigue la sentencia, en la que la misma está en directa relación a la gravedad del pecado cometido.

Los Penitenciales o Tarifas penitenciales, fueron a menudo un conjunto de normas algo extensas y complejas para poder abarcar todo los tipos de pecado, para ilustrar esto voy a ejemplificar con algunas citas a las mencionadas tarifas del siglo VI, las cuales, quizás, a ojos pastorales del hombre contemporáneo rozan lo surrealista.
“Si un clérigo se ha hecho propósito de golpear o de matar a su prójimo, ayunará seis meses a pan y agua, se abstendrá de vinos y carnes, así de esa manera será autorizado a regresar al Altar. Pero si se trata de un laico, ayunará durante 7 días, pues la falta de un hombre de este mundo es menos grave aquí abajo, como también su recompensa será menor allí arriba” o “Si algún monje ha llegado a cometer actos tales como homicidio o sodomía: 10 años de ayuno, si ha fornicado una sola vez 3 años; en vez si ha caído más veces: 7 años de penitencia” o esta otra “El ladrón ayunará un año” o esta “Para el pecado de masturbación: 1 año de ayuno, si el culpable es aún joven”.

La reconciliación o absolución normalmente se dilataba hasta haber cumplido la penitencia, sin embargo en algunos casos se contemplaba la reconciliación inmediata. Cabe mencionar que las penitencias podían ser sustituidas e incluso cumplidas por otras personas. Algunos ejemplos de sustitución o equivalencias penitenciales pueden verse en estas notas citadas:

“Conmutación para un ayuno de un año: pasar tres días en la tumba (cueva) de un difunto (¿un santo?), sin beber ni comer, ni dormir, sin quitarse los vestidos; durante ese tiempo, el pecador recitará el Oficio de las Horas según el juicio del sacerdote (que le impuso la penitencia). Otra conmutación para un ayuno de un año: hacer doce ayunos de 3 días seguidos”.

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